Comentario
El relevo de Floridablanca y su sustitución por Aranda no era esperado y, como señala Richard Herr, cogió a los observadores coetáneos por sorpresa. El cambio no suponía sólo un giro en relación a Francia, sino el triunfo largamente esperado del partido aristocrático frente a los manteístas y la puesta en práctica de las ideas sobre la organización de la monarquía que el conde de Aranda había presentado en 1781 a Carlos IV cuando éste era Príncipe de Asturias. En Francia, los revolucionarios recibieron con alegría el ascenso del aristócrata aragonés, aunque en algunos casos, el júbilo y las expectativas creadas eran, o bien infundadas o bien claramente desproporcionadas, como la carta de felicitación que Condorcet remitió al conde, al que denominaba "defensor de la libertad contra la superstición y el despotismo".
En las páginas del Diario de Aranda se comprueba que, antes de aceptar la Secretaría de Estado, el noble aragonés puso como condición al rey el fin de la Junta Suprema de Estado que su antecesor había creado en 1787 y su sustitución por un remozado Consejo de Estado. Aceptada la condición, ese fue el motivo por el que el 28 de febrero se dieron dos Reales Decretos: uno designaba a Aranda para la Secretaría de Estado; otro, restablecía el Consejo de Estado en sustitución de la Junta, con Aranda como decano. La simultaneidad de ambos decretos le convertía, de hecho, en primer ministro.
El nuevo Consejo de Estado ofrecía algunas importantes novedades respecto al viejo Consejo, que durante el siglo XVIII no había tenido actividad alguna, arrastrando una existencia meramente nominal. Según Feliciano Barrios, todos los titulares de las Secretarías del Despacho -los verdaderos ministros-, pasaban automáticamente a ser miembros ordinarios del mismo; se instituía el cargo de decano; y se fijaba el palacio real como su sede para hacer más fácil la asistencia del rey a las sesiones, la primera de las cuales tuvo lugar el 10 de abril, y estuvo dedicada a la cuestión prioritaria para la monarquía: las relaciones con Francia y la situación europea.
Aranda no introdujo ninguna remodelación en las Secretarías, y su gabinete estuvo compuesto por quienes habían colaborado hasta entonces con su antecesor al frente de la Secretaría de Estado, salvo la sustitución al poco tiempo de Porlier, titular de Gracia y Justicia, por Pedro de Acuña. El político aragonés dio pruebas de su disposición a relajar la presión inquisitorial, interviniendo personalmente en favor de Urquijo, perseguido por el Santo Oficio.
Sin embargo, Floridablanca fue objeto de una lamentable persecución por quien había sido su contrincante político en los últimos quince años. Obligado a trasladarse a Murcia el mismo día en que le fue comunicado su cese, se dedicó a redactar un Testamento político, estudiado por Antonio Rumeu, donde reflexionaba sobre sus años de gobernante y los problemas que España tenía pendientes, pero en la madrugada del 11 de julio fue detenido en Hellín y trasladado preso a la ciudadela de Pamplona acusado de abuso de autoridad y de irregularidades en la administración de las obras del Canal Imperial de Aragón, permaneciendo en prisión hasta 1794, y siendo definitivamente rehabilitado en 1795. Con él cayeron en desgracia sus colaboradores más próximos: Mariano Colón de Larreátegui, superintendente general de la policía de Madrid; Pedro Antonio Burriel, gobernador de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte; y Francisco Soria, cesado como fiscal del Consejo. Por el contrario, el Alcalde de Casa y Corte que llevó a cabo la detención de Floridablanca cuando éste se encontraba ya en su casa de Hellín, Domingo Codina, fue ascendido a Consejero de Castilla.